Las acciones más tontas son los recuerdos más bonitos.

Os voy a contar una cosa muy bonita que me ocurrió cuando era pequeña. Tiene que ver con un melocotonero.
Yo no sé cómo de difícil es poder sembrar un árbol, lo que sí sé es que el ingrediente que hizo que el melocotonero de la casa de mis abuelos crecerá, fue el amor.

Una tarde de verano, creo que fue en el mes de junio mi abuela me preparó la merienda, un melocotón, un rollo. Me costaba la misma vida comerme eso, y mi abuelo para ayudarme me dijo que si me lo comía todo dentro de él habían una especie de piedra mágica, que hacía que creciera un árbol. Yo con la cosa de la piedra mágica me comí el melocotón, no preguntéis como, pero lo hice.

Pues bien la piedra mágica era el hueso del fruto y mi abuelo me confesó que si lo sembrábamos en el patio de la casa junto las demás flores y plantas y lo regábamos todos los días, saldría un árbol precioso que daría unas flores muy bonitas y unos frutos muy ricos. Pues así hicimos sembramos el hueso, y ya nos olvidamos de él.
Pues increíblemente con el paso del tiempo vimos que salió una pequeña planta, la planta fue creciendo y con los años se hizo un árbol precio, un melocotonero.

Hoy mi abuelo ya no está entre nosotros, hace muchos años que partió, y por desgracia mi abuela también se marchó. Todos los hijos de mis abuelos querían vender la casa, pues nadie se quería quedar con ella y yo hice una pregunta ¿y que pasará con el melocotonero? Lo arrancaran…

Es caso es que la casa se vendió y que el melocotonero sigue allí, hace poco que he sido madre y he tenido un niño. Se llama Eduardo como mi abuelo y estoy deseando que sea lo suficientemente mayor para enseñarle a plantar un árbol y lo haremos cerca del melocotonero, pues fui yo quien compro la casa de mis abuelos.

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